
En nuestro día a día acontecimientos de todo tipo, como el nacimiento de un niño, una boda, un cambio de jefe o una mudanza pueden dar lugar a una respuesta emocional y generar estrés. No necesariamente tienen por qué ser eventos muy intensos, es la manera en que la persona los interpreta o cómo se enfrenta a ellos, lo que le afecta negativamente.
En muchas ocasiones, lo que genera estrés en una persona resulta insignificante para otra, y lo que a alguien, en un momento de su vida, le resultaba fácil de afrontar, en otros momentos se le puede hacer un mundo. Así que cualquier tipo de cambio puede generar tensión a cualquier persona. Lo realmente importante no sólo es el acontecimiento en sí mismo si no también de que recursos disponemos para afrontar ese cambio y cómo es nuestro umbral del estrés.
La respuesta de estrés es necesaria y adaptativa ante cualquier situación novedosa, tensión o incertidumbre, es lo que llamamos eu-estrés o estrés positivo y nos permite dar una respuesta adaptiva en este tipo de situaciones. Es la respuesta corporal y mental natural de la persona para adaptarse a las tensiones del día a día, y en la que toman parte muchos órganos y funciones del cuerpo, como el cerebro y el corazón, los músculos, el flujo sanguíneo, la digestión... Pero cuando el estrés se prolonga o intensifica en el tiempo, y no somos capaces de manejarlo y retornar a nuestro equilibrio fisiológico y psicológico anterior, nuestra salud y otros aspectos de nuestra vida social (trabajo, pareja, familia, escuela...) empiezan a sufrir las consecuencias. Esto es lo que se conoce como disestrés o lo que comúnmente llamamos estrés.
Cuando comenzamos a sentir estrés por algún acontecimiento el proceso se desarrolla a lo largo de tres fases:
Fase de alarma o huida
El cuerpo se pone en alerta, nuestro cerebro registra una señal de alarma y empieza a enviar señales que activan la secreción de hormonas para responder a esa situación de emergencia y que generan conocidas reacciones en el organismo, como tensión muscular, agudización de los sentidos, aumento en la frecuencia e intensidad de los latidos del corazón, elevación del flujo sanguíneo, incremento del nivel de insulina para que el cuerpo metabolice más energía...
Fase de adaptación
También llamada de resistencia, nuestro cuerpo y mente se mantienen en estado de alerta y no hay relajación. En esta fase el organismo trata de volver a un estado de normalidad, pero si no lo consigue se vuelve a producir una nueva respuesta fisiológica, manteniendo las hormonas en situación de alerta permanente.
Fase de agotamiento
Sucede cuando no hemos conseguido retornar a nuestro estado de equilibrio normal y la tensión se ha prolongado tanto en el tiempo que se ha convertido en crónica. En esta fase los síntomas corporales ya son evidentes, se descansa mal, aparece sensación de angustia y deseo de huida.
Estos son algunos de los síntomas que pueden aparecer cuando sentimos estrés y se manifiestan en cuatro ámbitos:
Corporal: músculos contraídos, dolor de cabeza, problemas de espalda o cuello, malestar estomacal, fatiga, infecciones, palpitaciones y respiración agitada...
Emocional: síntomas de ansiedad, miedos, irritabilidad, sensación de confusión.
Pensamiento: dificultad para concentrarse, pensamientos repetitivos, excesiva autocrítica, olvidos, preocupación por el futuro....
Conducta: dificultades en el habla, risa nerviosa, trato brusco en las relaciones sociales, llanto, apretar las mandíbulas, aumento del consumo de tabaco, alcohol...