Miedos

El  miedo forma  parte del desarrollo normal  de  cualquier persona, éste tiene  un valor adaptativo que nos protege cuando estamos ante una situación real de peligro impulsándonos a huir o a buscar protección.

A lo largo del desarrollo normal de un niño surgen miedos y ansiedades que van desapareciendo o se van superando a medida que van creciendo y sobre todo si encuentran en su entorno la seguridad suficiente para poder ir integrándolos.

Los bebés experimentan ansiedad ante los extraños cuando se acercan a ellos o intentan cogerles también aparece la ansiedad debido a la separación, sintiéndose desamparados cuando uno o ambos padres se apartan de su lado. Más adelante empieza a aparecer los miedos a la oscuridad y con respecto a las cosas que no se basan en la realidad, como el miedo a los monstruos y a los fantasmas.

A medida que el niño crece y alcanza la capacidad de diferenciar las representaciones internas de la realidad objetiva, los miedos serán más realistas y específicos, desapareciendo los temores a seres imaginarios o del mundo fantástico y tomando el relevo temores más significativos como el daño físico (accidentes) o los médicos (heridas, sangre, inyecciones).

Ya cuando el niño entra en la preadolescencia se reducen significativamente los miedos a animales y a estímulos concretos para ir dando paso a preocupaciones derivadas de la crítica, el fracaso, el rechazo por parte de sus iguales (compañeros de clase), o a amenazas por parte de otros niños de su edad y que ahora son valoradas con mayor preocupación. También suelen también aparecer los miedos derivados del cambio de la propia imagen que al final de esta etapa empiezan a surgir.

En plena adolescencia se siguen manteniendo los temores de la etapa anterior pero surgen con mayor fuerza los relacionados con las relaciones interpersonales, el rendimiento personal, los logros académicos, deportivos, de reconocimiento por parte de los otros, etc. Decaen los temores relacionados con el peligro, la muerte. La adolescencia es una etapa de “ruptura” con la barrera protectora familiar y la necesidad de búsqueda de la propia identidad. Es posible que el joven sienta la necesidad de probarse ante situaciones de riesgo potenciales como medio de autoafirmarse ante sus iguales y demostrar que ha dejado atrás ciertas etapas infantiles.

Estos miedos deben convertirse en una señal de alarma si los sentimientos de ansiedad persisten en el tiempo y afectan a la sensación de bienestar de los niños. Muchos adultos se sienten atormentados por miedos que comenzaron a partir de experiencias en la infancia. Cuando la ansiedad provocada por alguno de esos estímulos persiste y empiezan a generar cambios en el comportamiento para evitar encontrarse con esas situaciones es el momento de consultar a un psicólogo especialista para determinar el alcance de ese miedo.